En entregas anteriores hablamos de que las funciones básicas de los diputados eran: legislar, controlar y representar.
Controlar. Los diputados federales, son los encargados de revisar que los recursos públicos se apliquen de manera adecuada. El artículo 74, fracción VII, dice que es facultad exclusiva de la Cámara de Diputados: Revisar la Cuenta Pública del año anterior, con el objeto de evaluar los resultados de la gestión financiera, comprobar si se ha ajustado a los criterios señalados por el Presupuesto y verificar el cumplimiento de los objetivos contenidos en los programas.
De esta manera, la cámara de diputados se convierte en un contrapeso muy importante para el ejecutivo al tener como facultades exclusivas tanto la aprobación del presupuesto como la revisión de su utilización. Deberíamos de entender, que siendo los diputados los que aprobaron el presupuesto después de conocerlo a detalle, ejercieran su facultad de controlar con la misma pasión con la que disputan la repartición. Desafortunadamente esto pocas veces es así.
La facultad de revisión de la cuenta pública ha sido de alguna manera endosada, subarrendada a la Auditoría Superior de la Federación (ASF) con el objetivo de que el escrutinio de las cuentas sea realizado por un organismo técnico coadyuvante de la Cámara de Diputados con amplios márgenes de independencia y de objetividad. Así, el titular de la ASF es elegido mediante convocatoria pública y goza del principio de inamovilidad.
Pero el hecho de que sea la ASF la entidad encargada de la revisión técnica, no significa que los diputados de manera individual o grupal, no puedan hacer y demandar las revisiones que consideren necesarias. El tema de la fiscalización de la gestión gubernamental tiene que evolucionar para dejar de ser una simple oficina contable, a una verdadera auditora de la actividad del gobierno.
Porque una cosa es que las cuentas cuadren, como dicen los contadores y otra muy diferente es que se gaste con eficacia, eficiencia y sentido común. Los diputados deben de acompañar los procesos de gobierno y estar siempre vigilantes sin interferir ni entorpecer la acción del gobierno. Los diputados deben de pedir informes de las obras, del avance de éstas y de las compañías contratadas para ejecutarlas.
Los diputados deben de reunirse con los funcionarios de gobierno de manera respetuosa, constante, fluida y ejecutiva. Los diputados tienen que hacerse con la mayor información posible, para poder comunicar e informar a sus representados.
Controlar no es sinónimo de estorbar. Controlar es ayudar, colaborar y coadyuvar. Controlar es comprobar, inspeccionar, fiscalizar y en su caso intervenir. Controlar es cogobernar es ser corresponsable. Controlar es concertar, negociar y acordar.
Controlar al Ejecutivo, convertirse en su contrapeso, es una tarea que va más allá de la contabilidad. Para controlar adecuadamente, es necesario tener tantos conocimientos en materia de administración pública como los que tienen los funcionarios gubernamentales. Para poder conocer si el presupuesto se ejerce adecuadamente, hay que conocerlo a detalle.
Por eso es indispensable que los diputados que elijamos el próximo 5 de julio, tengan conocimientos técnicos y académicos avanzados, para poder enmendarle la plana al ejecutivo. No se puede corregir a otro si se desconoce la materia que estamos corrigiendo.
La Cámara de Diputados, la “más alta tribuna de la nación” tiene que convertirse y asumirse como la mitad de una de los tres ramas en las que se divide el Supremo Poder de la Federación. Los diputados deben tener siempre presente el juramento que se le tomaba al Rey de Aragón y que fue utilizado magistralmente por Porfirio Múñoz Ledo al responder el tercer informe de gobierno del presidente Ernesto Zedillo el 1 de septiembre de 1997, ante una cámara de diputados que por primera vez en la historia moderna, no tenía mayoría priista: “Cada uno de nosotros somos tanto como vos, y todos juntos valemos más que vos”
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