lunes, 27 de septiembre de 2010

Centenario de la Universidad Nacional

Hablar de la UNAM es referirse a un miembro más de la familia. Soy nacido en la Universidad Nacional Autónoma de México y hecho en Ciudad Universitaria al margen de himnos y porras deportivas. Desde que tengo uso de razón me siento miembro de la comunidad universitaria aún sin serlo de manera formal.
Mi madre, María de la Luz Núñez Ramos, guerrerense, había sido expulsada de la Universidad Autónoma de Guerrero en febrero de 1965 a raíz del movimiento estudiantil que pretendía la llegada a la rectoría del Doctor Elí de Gortari. Mi padre, Arturo Martínez Nateras, michoacano, estudiaba ingeniería en la Universidad Autónoma de Nuevo León hasta que comenzó a vivir en la Ciudad de México como dirigente de la Central Nacional de Estudiantes Democráticos. Mis padres se conocieron en la grilla estudiantil y comunista cuyo centro de gravedad era la UNAM. Mi madre se había matriculado en la carrera de historia en la Facultad de Filosofía y Letras y vivía en casa del escritor Juan de la Cabada –campechano universal–, en la colonia Roma.
Cuando mi padre como otros cientos de jóvenes lideres fue detenido y encarcelado (mi padre por espacio de 3 años y 40 días) en Lecumberri, el rector Javier Barrios Sierra ofreció trabajo a las familias de los presos universitarios. Desde entonces y hasta su jubilación mi madre trabajó en la UNAM como investigadora del Centro de estudios Sobre la Universidad (CESU) ubicado primero en el Palacio de Minería en el Centro Histórico de la Ciudad de México y en el Centro Cultural Universitario a partir de su inauguración en 1976. A la salida de prisión, mi padre continuó militando de manera profesional en el entonces proscrito Partido Comunista Mexicano. Acompañó a Evaristo Pérez Arreola durante la construcción del sindicalismo mexicano independiente en las luchas del STEUNAM y luego STUNAM con sus respectivas huelgas.
Mis dos hermanas (Metzeri y Paloma) y yo estudiamos preescolar y primaria en la escuela del Sindicato de Trabajadores de la UNAM (CEPPSTUNAM). Los tres fuimos al CCH-Sur. Ellas estudiaron sus carreras en la UNAM (Artes Plásticas una, Psicología la otra). Mi hermana mayor casó con Toño Santos, uno de los líderes del CEU de 1986-1987 y fue activa militante y consejera universitaria durante el movimiento por la gratuidad de la educación pública. Mi padre fue profesor de la Facultad de Ingeniería de la UNAM algún tiempo y posteriormente donó su archivo personal con miles de documentos de los movimientos estudiantiles y sociales para su estudio y resguardo en la máxima casa de estudios; actualmente trabaja en un libro de memorias que será coeditado por la UNAM.
Por estas y muchas otras razones llevo a la UNAM en el ADN. Me satisfacen sus logros y me duelen sus problemas. Muchos de mis primeros recuerdos son marchas del STUNAM, partidos de los Pumas y asambleas interminables donde los niños éramos parte fundamental. En Pumitas aprendí que es mas importante convivir que competir y en la escuelita (como cariñosamente le llamamos) aprendí el valor de la solidaridad, de la igualdad y de la unidad. Entendí que todas las causas eran nuestras, que las luchas de cada pueblo eran también las nuestras.
A cien años de la creación de la Universidad Nacional debemos de celebrar, sí, pero también debemos de evaluar y criticar. Porque muy poco le ayudan a México y a la UNAM misma aquellos que la adulan sin cuestionar. La crítica es la esencia misma del espíritu universitario así como la inconformidad, la rebeldía y la búsqueda constante de respuestas a los problemas de toda índole.
Si bien es cierto que en la UNAM se realiza gran parte de la investigación científica en el país, también lo es que el Estado Mexicano debe fortalecer a muchas universidades estatales y a otros centros de educación y no dormirse en los laureles de la UNAM. La masificación de la educación superior es un tema que debe debatirse con argumentos y no con dogmas. La excelencia no debe de estar reñida con el carácter popular. Pase directo no debe ser sinónimo de patente de corso para la pereza. “Gratuito” no es sinónimo de “sin costo”. Lo que deja de costarle a alguien tiene que salir de otra parte del presupuesto. Nada es “gratis”, esto hay que entenderlo con claridad. Del mismo cuero federal salen todas las correas. Que el presupuesto federal se emplee mal en otras áreas no es excusa para dejar de ser eficientes en la UNAM.
En el centenario de la UNAM debemos celebrar el pasado y plantear nuevas metas para el futuro. La UNAM, para ser verdaderamente nacional debe de extender las alas de el cóndor y el águila de su escudo hacia toda la República. La calidad de la educación y de la investigación es lo más importante en una universidad. La política universitaria no debe de estar reñida con el desempeño académico de sus lideres.
A la UNAM le debo una parte importante de lo que soy. Mi familia, mis amigos, mis recuerdos. Una manera de honrarla es cuestionarla, fortalecerla y señalar sus deficiencias. Mantener y propiciar el debate sobre su futuro. Es imposible imaginar al México del futuro sin una universidad nacional fuerte, abierta, libre, excelente, autónoma, nacionalista, de calidad, popular, culta y económicamente sana. En el centenario de la UNAM necesitamos fijarnos la meta de convertirla ya no en la mejor institución de Iberoamérica sino en una de las 10 mejores del mundo. Conformarnos con menos es resignarnos a que México entero siga siendo un país de media tabla. Enhorabuena.

lunes, 20 de septiembre de 2010

La Fiesta de los Solitarios

El solitario mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos. Somos un pueblo ritual. (…) En pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiosas de México, con sus colores violentos, agrios y puros y sus danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos y la inagotable cascada de sorpresas de los frutos, dulces y objetos que se venden esos días en plazas y mercados. Octavio Paz, El Laberinto de la Soledad.

Los festejos oficiales con motivo del bicentenario nos permiten hacer diversas valoraciones. A Vicente Fox Quesada se le ocurrió la genial idea (en serio) de que los festejos del bicentenario del inicio de la Independencia y del Centenario de la Revolución los Coordinara el Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, padre fundador del PRD.
Por razones desconocidas aún, Cárdenas decidió aceptar dicha encomienda y el 19 de junio del 2006 se creó dicha comisión. Hay que señalar que en medio del enrarecido clima político previo a las elecciones de julio del mismo año, el nombramiento de Cárdenas (quien no había movido un solo dedo a favor del candidato de su partido, Andrés Manual López Obrador) fue recibido con extrañamientos.
Cinco meses después, el 16 de noviembre de ese mismo año, Cárdenas renunció argumentando que "mi presencia en la organización de esas conmemoraciones no contribuye al ambiente de pluralidad, convergencias, concordia, colaboración, tolerancia y objetividad que debe prevalecer en la organización".
El 8 de marzo del 2006, Felipe Calderón anunció que tomaba “personalmente la responsabilidad de encabezar la Comisión Organizadora de los Festejos y, desde luego, de cumplir con la encomienda del decreto” y para ello designó como titular a Sergio Vela, titular entonces del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. El 17 de septiembre del mismo año, el Presidente designó a Rafael Tovar y de Teresa como el nuevo encargado de los festejos encomienda que la que permaneció escasos 13 meses pues el 25 de octubre de 2008 renunció sin aclarar los motivos.
Una vez más el Presidente decidió “retomar” el tema en sus manos y encargó todo al Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, órgano administrativo desconcentrado dependiente de la Secretaría de Gobernación y al mando del historiador José Manuel Villalpando. Para entonces ya se habían perdido dos valiosos años en grillas palaciegas.
Más allá de la evaluación estética que cada uno tendrá sobre la gran fiesta que el gobierno decidió subrogar al realizador australiano Ric Birch (productor de las ceremonias de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, Barcelona 1992 y Sidney 2000), la ruta crítica que siguieron los festejos oficiales, revelan a la perfección la clase enanismo, cortoplacismo y falta de visión de Estado que priva entre la clase política mexicana actual.
Lo adecuado hubiese sido crear una verdadera Comisión Nacional donde estuvieran representados los tres poderes y los tres niveles de gobierno así como las instituciones de investigación y docencia. La Comisión Nacional debió de haber sido dotada de partidas presupuestales claras suficientes y multianuales para evitar estar sometida a los caprichos y humores de la Secretaría de Hacienda que es un poder dentro de otro poder. Los festejos debieron de repartirse a lo largo y ancho del país y no cargar todo en la Ciudad de México.
Durante los cuatro años que han durado los supuestos festejos, por los municipios del país han desfilado decenas de coyotes timando a los Presidentes Municipales con obras del Bicentenario que nunca se hicieron. En cada una de las entidades federativas se han construido miles de puentes, caminos y carreteras que se llaman todas del Bicentenario. Toda la obra pública de Peña Nieto es Bicentenario, el Viaducto de Marcelo es Bicentenario. Y sin embargo, el objetivo central que desde mi punto de vista debieron de haber sido la erradicación de la pobreza extrema, las enfermedades curables y el analfabetismo; la cobertura y calidad de la educación, vivienda e infraestructura básicas para el desarrollo del país; el replanteamiento del Pacto Federal y un proceso de revisión cuidadosa y de amplia discusión democrática de la Constitución y la elaboración de una nueva ley suprema que contribuya a que México y los mexicanos enfrenten, en mejores condiciones, los retos que ya plantea este Siglo XXI.
Los mexicanos, decía Paz, somos buenísimos para las fiestas. Los mexicanos somos expertos en echar la casa por la ventana y dejar de comer si es necesario pero la fiesta se hace porque se hace. Los mexicanos somos expertos en iniciar “reventones” sociales, religiosos y políticos, nuestro problema es que no sabemos qué hacer al día siguiente. Nuestro problema es la cruda, nunca ha sido la fiesta.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Bicentenario, independencia y proyecto de Nación

Al margen –o paralelamente – a las “fiestas” patrias con motivo del bicentenario del inicio de la Guerra de Independencia, el aniversario es una ocasión propicia para hacer un balance de lo que hemos sido, lo que somos y lo que queremos ser como nación.
Cuando hace doscientos años un grupo de criollos conjurados encabezados por el cura nicolaíta Miguel Hidalgo iniciaron apresuradamente al ser descubiertos la Guerra de Independencia, la Nueva España era un territorio sumamente desigual con muy pocos que lo tenían todo y muchos que tenían muy poco o nada. Las decisiones de la nación las tomaban un grupo de iluminados que dictaban normas y leyes sin importarles demasiado el sentir del pueblo. Los recursos naturales eran depredados sin control. La cultura y los derechos de los pueblos originarios eran despreciados y catalogados como de segunda clase. El clero opinaba y se entrometía abierta e ilegalmente en los asuntos públicos. La riqueza nacional era explotada por los extranjeros y a los nacionales nada más nos quedaba la depredación y la tensión social provocada por la riqueza desigual. El gobierno era débil y timorato. La delincuencia hacía de las suyas impunemente…
Después de años de lucha desigual, la independencia se consumó más por la habilidad política y la ambición de Iturbide que por los éxitos militares de los insurgentes que se habían convertido en una guerrilla incomoda pero inocua, dirigida magistralmente por Vicente Guerrero.
La “revolución” de independencia se convirtió entonces en una simple alternancia sin cambio verdadero. Un cambio en el nombre del régimen pero no en una transformación de las instituciones. Todo cambió para que todo permaneciera igual. Los ricos mantuvieron sus fortunas; los pobres se quedaron en harapos. El alto contenido social de los Sentimientos de la Nación de Morelos y el Congreso de Chilpancingo se convirtieron en letra muerta. Dejamos de pertenecer al Imperio Español para convertirnos en el Imperio Mexicano con un emperador de pacotilla con todo y su Corte de advenedizos ignorantes y traidores. La paz únicamente trajo más guerra. Lejos estaba la patria del orden y el progreso. La disputa verdadera apenas comenzaba entre liberales y conservadores. La verdadera batalla, la batalla por un proyecto de nación mantuvo al naciente Estado Mexicano entre constantes guerras fraticidas. Entre 1821 (consumación de la independencia) y 1867 (restauración de la República) hubo 62 jefes del ejecutivo contando juntas, triunviratos y un emperador extranjero. Esto significa 1.2 presidentes por año con sus respectivos gabinetes. Gobiernos iban y venían y los cambios no llegaban. Tres Constituciones (1814, 1824 y 1857) fueron insuficientes. Dos intervenciones extranjeras en suelo nacional y nada. El pueblo seguía igual si no es que peor que antes de la “independencia”.
Cuando se cambia de sin transformar el resultado es la decepción absoluta. El “quítate tu para ponerme yo” es la misma gata pero revolcada. Las transiciones a medias son transiciones fallidas. Para instaurar un nuevo régimen hay que desmantelar por completo al anterior.
El problema de la Revolución de Independencia es que fue apropiada, distorsionada e interpretada por emisarios del viejo régimen que decidieron “inventar” un nuevo país pero con las mismas carencias, asimetrías e injusticias que el anterior. Para unos cuantos todo, para todos nada. Por eso cien años después del inicio de la primera “revolución” habría de estallar la segunda allí donde los agoreros y aplaudidores del régimen únicamente veían Pax Porfiriana. De ese centenario nos ocuparemos en su momento.
De los festejos patrios, me quedo con el liderazgo, el valor, la lealtad y la genialidad del michoacano José María Morelos. Con la solidaridad y sabiduría del costeño Galeana. Con la verticalidad del tixtleco Guerrero y con la pluma de Andrés Quintana Roo.
La mitología la prefiero en la literatura y en el teatro antes que en los libros de historia. México es una nación gracias a los mexicanos y a pesar de sus gobernantes y héroes de cera y monografía.
¡Que viva México! Una tercera revolución (esperemos que sin armas) habrá de llegar para que transformemos verdaderamente a la nación. Para que se modere la opulencia y la pobreza. Para que no existan los regímenes de excepción. Para que México deje de ser, como lo era hace doscientos años: un territorio sumamente desigual donde muy pocos lo tenían todo y muchos tenían muy poco o nada. Donde las decisiones de la nación las tomaban un grupo de iluminados que dictaban normas y leyes sin importarles demasiado el sentir del pueblo. Donde los recursos naturales eran depredados sin control. La cultura y los derechos de los pueblos originarios eran despreciados y catalogados como de segunda clase. El clero opinaba y se entrometía abierta e ilegalmente en los asuntos públicos. La riqueza nacional era explotada por los extranjeros y a los nacionales nada más nos quedaba la depredación y la tensión social provocada por la riqueza desigual. El gobierno era débil y timorato. La delincuencia hacía de las suyas impunemente…

lunes, 6 de septiembre de 2010

Internas y externas

Dicen los especialistas que las contiendas internas se ganan en los extremos pero las constitucionales se ganan corriéndose hacia el centro. Esta teoría es bastante lógica si consideramos que cuando estamos emprendiendo una contienda al interior de nuestros institutos políticos, la lucha es por ganarse a las bases y esto se consigue usualmente siendo más papista que el papa. Sin embargo la guerra electoral se gana hablándole a toda la gente y no nada más al electorado propio.
Hoy en Guerrero el panorama preelectoral ha quedado definido. Por un lado, el PRD, Convergencia y PT (a los que previsiblemente se sumarán el PAN y el PANAL) constituirán una mega coalición que impulsará al senador Ángel Aguirre Rivero; en la esquina contraria, el PRI en alianza con su fiel escudero el PVEM serán abanderados por Manuel Añorve Baños.
La carrera que iniciará formalmente el 3 de noviembre arrancará empatada y eso, de entrada, es buena noticia para los que nos resistimos a la idea de que el PRI regrese al poder en Guerrero y en la República. Los priistas que orondos y suficientes se ufanaban de que ya tenían “medio cuerpo” dentro de Casa Guerrero lucen nerviosos y han comenzado a cometer errores importantes. En cambio, los perredistas que veían muy cuesta arriba la carrera, han recobrado el color y por la misma razón, pueden cometer errores importantes.
Una cosa que deben de entender los equipos de ambos candidatos es que las elecciones (al igual que los partidos de fútbol) se ganan jugando y no solamente vistiendo la camiseta. En el caso del PRD, aquellos aritméticos del aparato partidista, que hacen sumas básicas y lineales, no conocen o nunca han ganado elecciones. Son expertos en “operar” consejos para alcanzar las pluris o para perder y negociar pero jamás han ganado elecciones. Muchos se ufanan de sus triunfos de 2005 y de 2006 sin reconocer que fueron empujados por las figuras de Zeferino Torreblanca y Andrés Manuel López Obrador respectivamente. Hay otros personajes que cada vez que compiten sacan menos votos y aún así se atreven a dar cátedra sobre estrategia electoral. Claro, siempre encuentran alguna bestia negra a la cual echarle la culpa de sus limitaciones pero no engañan a nadie.
Hoy los personajes que fueron a Miramar a ofrecer la corona de Guerrero al Príncipe extranjero, no se han dado cuenta que al igual que José María Gutiérrez de Estrada, Juan Nepomuceno Almonte y Miguel Miramón en su momento, su misión ha concluido y sus servicios han dejado de ser requeridos. ¿O pensará el Príncipe que los que han sido incapaces de conseguir votos para ellos mismos se los conseguirán a él?
Así, asumiendo que la carrera está “tableada” en alrededor de 400,000 votos para cada una de las coaliciones, serán los 200,00 votos restantes los que definan la elección. Y que no se equivoquen, insisto, los que dan por hecho que las votaciones históricas se agregarán de manera lineal a determinado bloque. Los electores cambiantes (switchers les dicen los especialistas) votan en libertad por la opción que mas les llame la atención. Ellos son los que definen los triunfos. Los votos corporativos de centrales, asociaciones, uniones y demás organizaciones, únicamente proporcionan la base de la pirámide, pero la diferencia la marcan los ciudadanos.
Y es precisamente en este segmento, el ciudadano, donde pienso que el candidato de la Coalición Guerrero nos Une, tiene su mayor ventana de oportunidad y si no la aprovecha, en su mayor falla.
En el discurso que dio el senador Aguirre en el salón Teotihuacan el domingo 29 y en el que reseña la prensa de ayer ante el Consejo Estatal del PRD, hemos escuchado una serie de lugares comunes y promesas al viejo estilo. Muchas de ellas irrealizables por temas presupuestales (pensión universal para adultos mayores, útiles escolares para todos los alumnos de primaria y secundaria), otras fáciles de decir pero mucho más difíciles de cumplir (comisión de la verdad, alfabetización, “embobedamiento” del Río Huacapa, metrobús a Petaquillas).
Sin embargo, para la gente de a pie, para el electorado, algunos de estos temas no le dicen demasiado. Son más bien temas internos y reclamos auténticos de la izquierda, no así de toda la sociedad. A la gente le preocupan (de acuerdo a todos los sondeos y en ese orden) la inseguridad, el agua potable, el empleo y los servicios básicos en general. El electorado, el pueblo en general quiere que le resuelvan los problemas cotidianos de la vida no tanto los reclamos históricos por legítimos que éstos sean.
Muchos de los aspirantes del PRD que han declinado y se han convertido en verdaderos matraqueros del Senador Aguirre (claro en aras de la “unidad”), parecen olvidar o desconocen que las cosas, las obras y los programas se realizan con recursos y no basta con las buenas intenciones.
Ángel Aguirre necesita, para ser una opción ganadora, hacer una Coalición con la gente, escucharla y darle respuesta. Las elites políticas no tienen el termómetro social. Muchos harán acuerdos y negociarán para ellos y sus grupos o incluso harán guiños a la historia y al pasado, pero para ganar las elecciones es necesario darle a la gente la esperanza de un mejor futuro. Ojala que Aguirre logre romper el cerco que le tratarán de imponer los que ya ganaron las elecciones antes siquiera de que estas ocurran.