lunes, 13 de septiembre de 2010

Bicentenario, independencia y proyecto de Nación

Al margen –o paralelamente – a las “fiestas” patrias con motivo del bicentenario del inicio de la Guerra de Independencia, el aniversario es una ocasión propicia para hacer un balance de lo que hemos sido, lo que somos y lo que queremos ser como nación.
Cuando hace doscientos años un grupo de criollos conjurados encabezados por el cura nicolaíta Miguel Hidalgo iniciaron apresuradamente al ser descubiertos la Guerra de Independencia, la Nueva España era un territorio sumamente desigual con muy pocos que lo tenían todo y muchos que tenían muy poco o nada. Las decisiones de la nación las tomaban un grupo de iluminados que dictaban normas y leyes sin importarles demasiado el sentir del pueblo. Los recursos naturales eran depredados sin control. La cultura y los derechos de los pueblos originarios eran despreciados y catalogados como de segunda clase. El clero opinaba y se entrometía abierta e ilegalmente en los asuntos públicos. La riqueza nacional era explotada por los extranjeros y a los nacionales nada más nos quedaba la depredación y la tensión social provocada por la riqueza desigual. El gobierno era débil y timorato. La delincuencia hacía de las suyas impunemente…
Después de años de lucha desigual, la independencia se consumó más por la habilidad política y la ambición de Iturbide que por los éxitos militares de los insurgentes que se habían convertido en una guerrilla incomoda pero inocua, dirigida magistralmente por Vicente Guerrero.
La “revolución” de independencia se convirtió entonces en una simple alternancia sin cambio verdadero. Un cambio en el nombre del régimen pero no en una transformación de las instituciones. Todo cambió para que todo permaneciera igual. Los ricos mantuvieron sus fortunas; los pobres se quedaron en harapos. El alto contenido social de los Sentimientos de la Nación de Morelos y el Congreso de Chilpancingo se convirtieron en letra muerta. Dejamos de pertenecer al Imperio Español para convertirnos en el Imperio Mexicano con un emperador de pacotilla con todo y su Corte de advenedizos ignorantes y traidores. La paz únicamente trajo más guerra. Lejos estaba la patria del orden y el progreso. La disputa verdadera apenas comenzaba entre liberales y conservadores. La verdadera batalla, la batalla por un proyecto de nación mantuvo al naciente Estado Mexicano entre constantes guerras fraticidas. Entre 1821 (consumación de la independencia) y 1867 (restauración de la República) hubo 62 jefes del ejecutivo contando juntas, triunviratos y un emperador extranjero. Esto significa 1.2 presidentes por año con sus respectivos gabinetes. Gobiernos iban y venían y los cambios no llegaban. Tres Constituciones (1814, 1824 y 1857) fueron insuficientes. Dos intervenciones extranjeras en suelo nacional y nada. El pueblo seguía igual si no es que peor que antes de la “independencia”.
Cuando se cambia de sin transformar el resultado es la decepción absoluta. El “quítate tu para ponerme yo” es la misma gata pero revolcada. Las transiciones a medias son transiciones fallidas. Para instaurar un nuevo régimen hay que desmantelar por completo al anterior.
El problema de la Revolución de Independencia es que fue apropiada, distorsionada e interpretada por emisarios del viejo régimen que decidieron “inventar” un nuevo país pero con las mismas carencias, asimetrías e injusticias que el anterior. Para unos cuantos todo, para todos nada. Por eso cien años después del inicio de la primera “revolución” habría de estallar la segunda allí donde los agoreros y aplaudidores del régimen únicamente veían Pax Porfiriana. De ese centenario nos ocuparemos en su momento.
De los festejos patrios, me quedo con el liderazgo, el valor, la lealtad y la genialidad del michoacano José María Morelos. Con la solidaridad y sabiduría del costeño Galeana. Con la verticalidad del tixtleco Guerrero y con la pluma de Andrés Quintana Roo.
La mitología la prefiero en la literatura y en el teatro antes que en los libros de historia. México es una nación gracias a los mexicanos y a pesar de sus gobernantes y héroes de cera y monografía.
¡Que viva México! Una tercera revolución (esperemos que sin armas) habrá de llegar para que transformemos verdaderamente a la nación. Para que se modere la opulencia y la pobreza. Para que no existan los regímenes de excepción. Para que México deje de ser, como lo era hace doscientos años: un territorio sumamente desigual donde muy pocos lo tenían todo y muchos tenían muy poco o nada. Donde las decisiones de la nación las tomaban un grupo de iluminados que dictaban normas y leyes sin importarles demasiado el sentir del pueblo. Donde los recursos naturales eran depredados sin control. La cultura y los derechos de los pueblos originarios eran despreciados y catalogados como de segunda clase. El clero opinaba y se entrometía abierta e ilegalmente en los asuntos públicos. La riqueza nacional era explotada por los extranjeros y a los nacionales nada más nos quedaba la depredación y la tensión social provocada por la riqueza desigual. El gobierno era débil y timorato. La delincuencia hacía de las suyas impunemente…

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