martes, 7 de abril de 2009

Diputados (y IV)

En entregas anteriores hablamos de que las funciones básicas de los diputados eran: legislar, controlar y representar. En ésta última entrega, hablaremos acerca de la función legislativa de representar.

Un diputado es el representante de su distrito (ojo, no solamente de los que votaron por él sino de todo el distrito) ante los órganos del Estado. El diputado debe de ser el delegado y transmisor de las inquietudes, demandas y reclamos de los habitantes de la región, del estado y de la circunscripción por los que fue elegido.

Sin embargo muchas veces se confunde la representación, con una suerte de oficina para la atención de los temas de coyuntura. Un diputado debe de tener una o varias oficinas en su distrito donde atienda, canalice y sistematice las demandas de sus representados, pero esto no debe de confundirse con una oficina para entregar apoyos en efectivo u oficinas paralelas a los gobiernos municipales y estatales.

Un diputado no puede, ni debe, convertirse en el padre generoso que reparte apoyos (siempre necesarios) entre su clientela política. Esto es mera pose que responde a intereses populistas. Un diputado representa en promedio a 330,000 ciudadanos mexicanos. Si tuviera que dedicar todo su esfuerzo y el presupuesto que se le asigna en otorgar apoyos personales, el recurso no le alcanzaría y en cambio estaría dejando de ocuparse en su tarea principal.

Es necesario que los diputados intenten ser didácticos y transmitir a sus representados los alcances y limitaciones de sus funciones. A manera de ejemplo: un diputado no debe de repartir útiles escolares, láminas de cartón, despensas alimenticias ni surtir recetas médicas. Lo que sí tendría que hacer, es lograr que se asignen presupuestos dedicados para atender los reclamos del distrito escolar; de vigilar e impulsar que los programas de vivienda lleguen a los ciudadanos; de impulsar la creación de comedores escolares y comunitarios con fondos presupuestales suficientes y de estar seguro de que los centros de salud de su distrito, estén en condiciones óptimas, así como impulsar que se construyan los que hagan falta y empujar que la gente se afilie a los programas como el Seguro Popular.

Los representantes populares, deben de anteponer siempre el bien colectivo sobre las gestiones de carácter individual. Deben evitar en lo posible, duplicar las funciones de los presidentes municipales y de los ejecutivos estatales. Tienen, eso sí, que mantener una relación de coordinación y colaboración con los poderes ejecutivos respectivos para intentar –en la medida de lo posible– empujar las mismas acciones, los mismos programas y las mismas políticas públicas. Intentar que los bueyes de la carreta jalen para el mismo lado.

Los diputados deben de convertir a sus “casas de gestoría” en verdaderos centros de inteligencia que reúnan y procesen las demandas distritales. Es mucho más útil, por ejemplo , ayudar en la elaboración de los proyectos ejecutivos de los sistemas de agua potable de determinado distrito, que pagar clausuras, festivales escolares, cívicos o religiosos. El diputado no puede convertirse en el padrino de un sin fin de generaciones escolares, ni en el patrocinador de actividades deportivas.

El diputado tiene que llevar a la tribuna más alta de la nación, la voz de sus representados, pero tiene que evitar convertir dicha tribuna en un foro electorero que se utilice para golpear a tal o cual personaje con fines partidistas. Los exhortos, puntos de acuerdo y demás victorias pírricas legislativas, en poco o nada ayudan a la población.

El buen diputado es aquel que consigue presupuesto para sus representados y no aquel que lanza grandilocuentes discursos desde la tribuna. El buen diputado es aquel que impulsa las grandes obras y los grandes programas de gobierno, y no aquél que propone más puntos de acuerdo “de urgente y obvia resolución”. El buen diputado es aquel que se preocupa por los asuntos importantes y no aquel que se enreda en las coyunturas políticas pasajeras. El buen diputado es aquel que legisla, presupuesta, controla y representa y no aquel que utiliza a sus representados para llevar, a nombre de éstos, agua a su molino político.

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