lunes, 20 de abril de 2009

Guerras Fraticidas

En cierta ocasión, el gran estadista británico Winston Churchill andaba ocupado en adiestrar a un diputado del partido conservador que era totalmente novato en las lides políticas y muy apasionado en defender los intereses e ideales del partido conservador. En aquella época, Churchill estaba también en el partido conservador y hago esta aclaración porque en diferentes etapas de su vida estuvo tanto con los conservadores como con los liberales.

Churchill llevó al joven un día a la Cámara de los Comunes y le enseñó concienzudamente todas las instalaciones parlamentarias, cómo funcionaba todo, cómo era el turno de tomar la palabra, pasándole a contar al final cómo se sentaban las distintas formaciones políticas.

Por último, le resumió diciéndole que en la parte de enfrente se sentaba la oposición y que justo donde estaban ellos se sentaban los de su propio partido.

El político joven intentó resumir las palabras de Churchill con una pequeña broma diciendo: "es decir que aquí nos sentamos nosotros los conservadores y en los asientos de enfrente se sienta el enemigo". Churchill le miró de arriba a abajo con su habitual flema y le contestó: "Mire, no se equivoque usted, ahí enfrente se sientan los adversarios, donde de verdad se sientan los enemigos es aquí".

Para nadie es un secreto que cuando un partido llega unido a un proceso electoral las probabilidades que tiene de alzarse con la victoria se incrementan notablemente. La llamada operación cicatriz que debe de emplearse tras los procesos internos debe de ser rápida e intensa para evitar sangrías prolongadas. Hay que dedicar una parte importante del tiempo de campaña a unir lo roto pero tampoco hay que saber ponderar la cantidad de recursos que se aplica a esta operación en el entendido de que lo importante no es el tamaño de la herida sino la forma en que ocurrió esta. Porque no es lo mismo que dos candidatos fuertes se enfrenten intensa y apasionadamente resultando uno de ellos ganador aunque sea por un margen pequeño, que ganar un proceso con la acusación de fraude. En las recientes elecciones primarias del Partido Demócrata de los Estados Unidos de América, se vivió acaso uno de los procesos internos más cruentos y prolongados que se recuerden. Sin embargo, llegada la hora, la política triunfó sobre los vientos de ruptura.

En política la tradición del fratricidio y del rompimiento es tan larga como la actividad misma. Y nadie puede llamarse a engaño. Traidores, chaqueteros, switchers o cómo quiera llamárseles, han existido, existen y existirán en política. Porque la política es precisamente el arte de convencer a los que no piensan igual que uno. Por eso y por naturaleza del ser humano, las defecciones son tan normales como añejas.

El PRI es un partido que parece haber aprendido de sus errores del pasado e intenta lavar la ropa sucia (que no es poca) en casa. El PAN sufrió recientemente la baja del ex gobernador de Morelos molesto por la integración de las listas de candidatos, en este mismo instituto político el ex presidente nacional Manuel Espino hace berrinche e intenta sin éxito enmendar la lista y colarse en ella. En el PRD hubo (como siempre) gritos sombrerazos y amagues de tomas de oficinas pero al final la cosa parece haber quedado en paz. Pero esto no evitó que en el acto masivo del pasado domingo, el Bronx perredista abucheara al dirigente nacional y a todo lo que oliera a chuchos.

Aunque los partidos sepan que los verdaderos enemigos se sientan a su lado, es importante que las luchas intestinas se superen o por lo menos se dejen entre paréntesis hasta pasadas las elecciones. Por algunos meses los partidos deben de hacer a un lado las guerras fraticidas y creer de manera firme que el verdadero adversario y único enemigo se encuentra en los institutos políticos de enfrente.

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