lunes, 27 de junio de 2011

La barbarie

Para mi amigo Julio Vázquez en su inmenso dolor…


La barbarie llegó un día y se apoderó de nuestras calles, de nuestros pueblos, de nuestros caminos y de nuestras casas. Un buen día levantamos la cara y ella se enseñoreaba con altanería. La barbarie es una señora fría, implacable y seria. Eso sí, muy democrática: se mete por igual a las mansiones de los ricos que a las casuchas de los pobres; campea lo mismo en los palacios amarillos que en los azules que en los tricolores.
¿Qué pasó con nuestro país? ¿En qué momento se lo llevó el carajo? ¿En qué momento nos convertimos en una zona de guerra? Algo anda mal en un país donde las víctimas son adolescentes y los victimarios también. ¿Cómo crecerán los niños que hoy escuchan todos los días de secuestrados, ejecutados, decapitados y levantados?
El diálogo sostenido el pasado miércoles en el Castillo de Chapultepec entre el Presidente Calderón y las víctimas articuladas alrededor de Javier Sicilia, es esperanzadora como ejercicio democrático y al mismo tiempo devastadora ante el reconocimiento de la incapacidad del Estado para brindar paz y seguridad a sus conciudadanos. Si hay que pedir perdón o no y quién tiene que hacerlo primero, me parece estéril. Si esto es una guerra, como nos han querido convencer, entonces los probables crímenes y abusos –de una y otra de las partes beligerantes– habrá de ser juzgado en un Tribunal o Comisión de la Verdad creados ex profeso para el tema.
Lo que me parece más importante es discutir qué vamos a hacer hacia el futuro. Estamos hundidos a la mitad del río. Estamos en el punto de no retorno. Esta guerra absurda, si se quiere –injusta se dice también; que no pedimos, nos reiteran–; ha llegado al punto en que regresar al punto de partida es imposible, caro y peligroso. El esfuerzo que se requeriría para regresar sería mayor al que implica mantener el curso.
No podemos dar marcha atrás. Lo que sí podemos es replantear la estrategia para que la Guerra contra el narco deje de ser la Guerra de un gobierno y sea la Lucha del Estado en contra de la Delincuencia Organizada. Para que sea la lucha de todos los mexicanos y no la Guerra de Calderón.
Para lograr lo anterior, es imprescindible replicar los diálogos ciudadanos e involucrar a todos los sectores de la sociedad y a los tres niveles de gobierno. Es necesario, asimismo, fijar objetivos estratégicos precisos para dar golpes de precisión y dejar de jugar al gato y al ratón contra un enemigo anónimo y significativamente mayor en numero y capacidad de despliegue. Al mismo tiempo, tenemos que comenzar a discutir de manera seria, abierta y serena, la legalización o despenalización de algunas de las substancias ilegales para terminar con el valor que le añade a su trafico la condición de prohibidas.
Si algo nos ha enseñado la historia es que ningún problema complejo admite soluciones simples. Se tiene que trabajar en distintos canales y de manera paralela. El problema de las drogas debe de tratarse desde el punto de vista de la seguridad nacional y al mismo tiempo como un problema de salud pública; se tiene que trabajar en la rehabilitación al mismo tiempo que se trabaja en la prevención; se tiene que trabajar en la reconstrucción del tejido social al mismo tiempo que se trabaja en recuperar los espacios públicos ocupados por los delincuentes.
Por encima de todo, hay que atacar las causas primarias de la violencia que no son otras que la pobreza, la falta de oportunidades y la terrible desigualdad en un país donde los pocos tienen mucho y los muchos tienen nada.
Por si fuera poco, todo este proceso debe de ser acompañado por una estructura robusta de defensa de los derechos humanos, que impida o al menos atenúe los “daños colaterales” de la guerra.
La barbarie está aquí. Llego para afectar a nuestros hermanos, hijas, padres y vecinas. La barbarie seguirá encontrando terreno feraz en la medida en que sea la guerra de unos (el gobierno) contra otros (los malosos) y en medio permanezca la sociedad paralizada, apática, temerosa y dividida. La barbarie quiere quedarse a vivir en nuestras casas y parques; en nuestras escuelas y caminos; en nuestros recuerdos y en nuestro olvido.
Lo único que nos queda es la capacidad de asombro e indignación. No podemos acostumbrarnos a escuchar cifras de muertos y contabilizarlos como si fueran estadísticas frías. Detrás de cada número hay una persona con rostro, con historia y con seres queridos devastados por la barbarie.
La barbarie quisiera que nos convirtiéramos en mudos testigos de una secuencia exponencial de numeritos que crece y crece sin parar: la lista de los muertos. La barbarie desea que dejemos de sentir compasión y solidaridad ante el dolor del vecino “al cabo que no es mi bronca”. La barbarie nos quiere mantener separados porque sabe que unidos somos imbatibles. Cada muerto es de todos. Cada inocente caído es de todos. Cada policía y soldado muerto es de todos. Cada persona extorsionada es de todos. Cada niño huérfano es de todos. El país es de todos. No permitamos que la indiferencia se una a la barbarie.
Como dijo León Gieco en una hermosa canción: Sólo le pido a Dios, que la guerra no me sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente…

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