lunes, 5 de octubre de 2009

Brasil y México

La elección de Rio de Janeiro como sede de la edición trigésimo primera de los juegos olímpicos modernos para el año 2016 me provoca emociones encontradas. Por un lado la inmensa alegría que embarga al hermano pueblo amazónico se contagia por cercanía y fraternidad latinoamericana. Por el otro, la tristeza doble de la segunda derrota consecutiva de Madrid como sede olímpica y la envidia de ver como un pueblo similar al mexicano, se consolida claramente como líder regional y cabeza de las llamadas economías emergentes, articuladas alrededor del llamado BRIC (Brasil, Rusia, India y China).

Las vidas de Brasil y México corrieron de manera paralela, principalmente en el último tramo del siglo XX. Ambos países salían de economías cerradas controladas por el Estado. En ambos países el régimen político autoritario y represivo impidió por muchos años el pleno desarrollo democrático. En el caso de México a través de una dicta blanda y en de Brasil de una dictadura comandada por los militares. En ambos casos con la complacencia y muchas veces la connivencia y complicidad de las oligarquías locales.

Getulio Vargas fue el hombre que definió el sistema político brasileiro como lo serían Lázaro Cárdenas en México y Juan Domingo Perón en la Argentina. En 1964 una junta militar tomó el poder y no lo dejaría hasta 1985 en que fue electo el viejo Tancredo Neves que ganó las primeras elecciones democráticas en 21 años y murió dramáticamente días antes de tomar posesión. José Sarney elegido como vicepresidente accedió al poder tomando el lugar.

En México el poder era heredado por Miguel de la Madrid y su grupo de jóvenes neoliberales encabezados por Carlos Salinas de Gortari, Manuel Camacho Solís y José Francisco Ruiz Massieu entre otros que se harían formalmente con el poder en 1988 después de un proceso electoral que a poco más de veinte años de distancia todos los especialistas coinciden en llamarlo fraudulento.

En 1990 en Brasil llegó al poder Fernando Collor de Mello un galán carismático que en poco tiempo debió dejar la presidencia acusado de fraudes (que denunciaría su propio hermano). Lo sustituiría su vicepresidente Itamar Franco.

La idea principal era “modernizar” cada uno de los países de acuerdo al nuevo Canon dictado por Milton Friedmann desde Chicago. Ese grupo de misioneros (neo) liberales, educados en Harvard, Yale, Pennsilvania y Stanford, se colocó habilidosamente en las altas esferas de los gobiernos latinoamericanos, desde Tijuana a Tierra de Fuego (recordemos a Domingo Cavallo, ministro estrella del gobierno de Menem).

En 1994, arribó al poder un académico que había cobrado relevancia en el gobierno de Franco, Fernando Henrique Cardoso, creador del famoso Plan Real para estabilizar la atribulada economía brasileña de aquel momento.

Cardoso fue el principal impulsor de la modernización brasileña. Pero ¿cómo se logra semejante milagro? En primer lugar se creo un Plan Rector para la Reforma del Estado. Este fue le parteaguas porque rompió con la tradición del estado interventor brasileño creada por Vargas. Se reformó la Constitución para permitir el ingreso de empresas extranjeras y se reformó el sistema de seguridad social. Se privatizaron las empresas consideradas como no esenciales para el país y se endurecieron las leyes que regulan los delitos financieros y de cuello blanco. Se crearon programas de atención social (por cierto a imagen y semejanza de los mexicanos, Solidaridad, Pobreza y Oportunidades) y en general se logró reinsertar al Brasil en la comunidad internacional.

¿Cuál es entonces la diferencia fundamental si todo lo anterior se hizo de alguna o de otra manera también en México?

Quizás la diferencia fundamental fue que se pudo avanzar efectivamente en la democratización plena del sistema político, permitiendo que un obrero metalúrgico, proveniente de un partido que en algú momento se asumió como marxista-leninista, llegara al poder. Luis Inácio “lula” Da silva. Ese líder carismático temido por la derecha y los empresarios y amado por los obreros, estaba mucho más a la izquierda de lo que sus contemporáneos de lucha como Cuauhtémoc Cárdenas. Sin embargo, Lula tuvo la inteligencia y capacidad (pragmatismo dirían algunos) para posicionarse como una opción de gobierno que pasara de la protesta a la propuesta.

En México ni la derecha ni el status quo ni la oligarquía, permitieron que Andrés Manuel López Obrador se alzara con la victoria en el 2006. Hicieron todo lo que estuvo a su alcance (haiga sido como haiga sido) para que el Peje no llegara a la Presidencia de la República. También es cierto que AMLO ha pasado de ser tenaz y persistente a ser duro, terco e intransigente. En política sin embargo, muy frecuentemente es imprescindible cambiar los medios para poder alcanzar los fines. Si la oligarquía y los poderes fácticos por un lado, y la izquierda nacionalista por el otro, no logran comprender que para completar la transición es necesario regresar el poder a los más pobres, seguiremos siendo testigos del despegue de otras naciones similares que han logrado poner el interés nacional (y no solo el de algunos grupos) por delante y no por detrás. Enhorabuena por aquellas naciones que ven hacia el futuro y no siguen lamentándose por el pasado.

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