lunes, 19 de enero de 2009

Política y Fanfarronería

El estadista prusiano Carl Von Clausewitz afirmaba que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Otros piensan que la política debe de ser un espacio natural de guerra, de confrontación permanente. Unos más opinamos que la política debe ser el espacio de civilidad donde resolver las diferencias y encontrar los puntos de coincidencia.

A través de los tiempos han existido bravucones que ganan notoriedad ante la opinión pública no por las propuestas que realizan sino por el bajo nivel y la estridencia de sus declaraciones.

A los medios parecen fascinarles este tipo de personajes que aderezan la vida política con sus improperios, falacias y supuesto valor. Son comediantes que se hacen pasar por valientes pero que en realidad esconden sus miserias escupiendo al aire y lanzando excreciones al ventilador. Algunos se amparan en sus fueros constitucionales para denostar, difamar y calumniar. Golpean en público para intentar negociar en privado. Exigen en la plaza pública para suplicar en los despachos del poder. Insultan en la prensa y adulan en corto. Son arrojados en sus dichos y abyectos en sus hechos.

Pero a pesar de la efímera notoriedad que dichos personajes menores suelen alcanzar, los únicos papeles por los que pasan a la historia son los de comparsas y patiños de un actor principal. Son figurantes que sirven a los intereses del protagónico hasta que éste decide deshacerse de ellos. Es entonces que se vuelven contra su mecenas, muerden la mano que les dio de comer y terminan exhibidos para el escarnio público.

Sin embargo, no hay que llamarse a engaño. La escena política no puede entenderse sin los extras que llenan el paisaje y nos regalan algunos de sus más simpáticos y al mismo tiempo patéticos episodios. Los políticos serios deben de pasar de largo, evitar caer en los duelos barriobajeros y ocuparse de los problemas y desafíos reales. Los temas que amenazan a la humanidad, son tantos, tan diferentes y tan demandantes que responder improperios vertidos por palurdos iletrados es la mayor perdida de tiempo.

México requiere más debate y menos diatriba; más discusión y menos invectiva; necesitamos parlamentar más y despotricar menos. Reyes Heroles decía que forma es fondo. Lamentablemente casi siempre la falta de forma indica una falta de fondo. El que vilipendia carece de argumentos para disentir.

La critica al poder no solo debe de ser bienvenida sino que incluso debe de ser estimulada, porque el príncipe únicamente se da cuenta de sus errores cuando es lo suficientemente inteligente para escuchar las voces discordantes. Cuando el soberano se encierra en su palacio y únicamente escucha a sus corifeos entonces ha comenzado su irremediable camino sin retorno hacia la decadencia.

La crítica con argumentos lejos de hacer daño al gobernante, le fortalece y en contrapartida, las peroratas vulgares lejos de “pegarle” al destinatario lo victiman y hacen que sus apóstoles salgan a defenderle con pasión desenfrenada y mayor ahínco del que pondría el propio interesado. Esto no le sirve ni al golpeador, ni al gobernante pero menos aún a la sociedad.

La critica dirigida, el golpeteo electorero y la solicitud de audiencia enmascarada de declaración política son practicas arcaicas pertenecientes a un pasado que todos queremos olvidar. Flaco favor le hacen a la democracia los críticos sistemáticos de todo lo que haga el gobierno así como los defensores a ultranza de éste. Son las dos caras de una misma moneda: el ciego que no quiere ver, el sordo que no quiere oír y el mudo que no quiere habar.

México necesita actores políticos que vean más allá de sus narices y de las próximas elecciones; que escuchen a sus adversarios y no sólo a sus palafreneros; que hablen y digan de cara a la sociedad, que discutan públicamente los temas y que no rehúyan el debate ideológico. Un bravucón no es un valiente sino lo contrario; un bocazas habla mucho y entiende poco; un fanfarrón alardea mucho y asume pocas responsabilidades; un perdonavidas exhibe sus músculos ante el débil y se arredra frente al poderoso.

Un político, político, es aquel que antepone los intereses comunes a los propios auque esto no le signifique candidaturas políticas ni encabezados en los diarios. Un buen político es aquel que negocia acuerdos y construye soluciones, no el que los dinamita. Un buen político es aquel que piensa en las próximas generaciones y no sólo en las próximas elecciones.

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