miércoles, 16 de marzo de 2011

La Gran Ola


El 11 de marzo pasado queda inscrito entre los días infaustos en la historia de la humanidad, de Japón y del Océano Pacífico.
A todos los habitantes del Pacífico, de esa inmensa e importante Cuenca natural, social, humana, económica y cultural, nos cimbró el alma primero el terremoto y después el Tsunami. El efecto natural se expandió en olas de solidaridad y zozobra.
Todavía no salimos del asombro ni son conocidas las consecuencias en toda su magnitud. La sociedad instantánea padece un Tsunami de estupor. Somos todo y no somos nada. Los seres humanos somos una especie razonable. La única que atenta contra si misma. Somos auto exterminables. Los fanatismos y la ignorancia nos vuelven soberbios, nos creemos inmortales y eternos. No hemos aprendido a vivir y no sabemos morir. Los humanos no siempre fuimos y no siempre seremos. La sociedad evoluciona y afectamos a una naturaleza que no nos pertenece, de la cual somos una parte frágil, así, atentamos en nuestra propia contra.
El 11M nos debe incitar a una reflexión colectiva. Hoy la sociedad está mejor que nunca y vivimos peor que nunca. Nosotros los surianos formamos parte de la Cuneca del Pacífico pero carecemos de una noción responsable de pertenencia. El modelo turístico y el desarrollo requieren un giro responsable que armonice el progreso con la conservación natural. Toco madera, pero necesitamos imaginar lo que nos puede ocurrir. Ya pasó un evento meteorológico del cual no tenemos memoria: Nuxco sufrió un desastre similar, una inundación de la cual poco sabemos. Vivimos sobre la falla de cocos y será hoy o algún día pero los riesgos son reales. No aprendimos nada del Paulina, repetimos el mismo paradigma urbano y turístico.
El día después en Acapulco fuimos obsequiados con el espectáculo del cardumen de sardinas en La Angosta, turistas, pescadores, medios, observamos gozosos el extraordinario fenómeno y también debe servirnos para entender que somos parte integral de la Cuenca del Pacífico.
Los surianos tenemos el privilegio de la ubicación estratégica y nuestros bosques y selvas nos prestan extraordinarios servicios ambientales que cuya valoración ni siquiera intentamos.
Desde siempre mis primeros tres años viví impresionado por la estampa La Gran Ola de Kanagawa del pintor Katsushita Hokusai (1760-1849), una copia certificada le fue obsequiada a mi padre en 1977 en ocasión de su asistencia al Congreso de Partido Comunista Japonés. Los japoneses y los asiáticos en general sobreviven en tensión por desastres similares. Y tomamos nota de la gran y permanente inversión de Japón en tecnología, reglamentos de construcción, previsión y protección civil y sin embargo Japón vive en la cima de la tecnología y en la cima de la vulnerabilidad
Somos absolutamente vulnerables. Somos bahía y oleaje y Tsunami es bahía y olas descomunales.
Es mucho cuanto podemos hacer y poco lo que nosotros hacemos. La humanidad pasa de la zozobra al pesimismo, a la indiferencia. Todos requerimos una entrega consciente al cambio, a la reflexión, a vivir con perspectivas claras.
Somos victimas de la crisis mundial de alimentos, de las guerras incesantes, del predominio del capital financiero y del establecimiento militar. Padecemos por una suma complicada de crisis y los riesgos de la ola expansiva nuclear y radioactiva son incesantes.
El Tsunami nos invita a la cultura de la vida, a leer, vivir, escribir, luchar, hacer, reclamar, proponer, aprender a repudiar a la guerra y superar la cultura de la muerte y el circuito perverso de vivir para matar y matar para vivir. Y sobre todas las cosas a ejercer una intensa solidaridad recíproca. Acapulco ha sido objeto de hermosas muestras de solidaridad y hoy es tiempo de corresponder a nuestros vecinos y hermanos japoneses víctimas de la tragedia del 11M.
No debemos olvidar que todos somos habitantes de esta inmensa y a la vez pequeña Cuenca llamada Océano Pacífico.

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