De las muchas herencias negativas que nos legó el régimen priista –que amenaza con regresar–, quizás la más nociva de todas sea la de una ciudadanía erosionada, acostumbrada al paternalismo, corrupta, acomodaticia y tramposa.
México es un país que salvo brevísimos periodos en su historia –la república restaurada, la efímera presidencia de Madero y del 2000 a la fecha–, ha vivido bajo regimenes autoritarios e ignora en consecuencia, por desconocimiento, los códigos de la democracia sin adjetivos.
Y cuando me refiero a México me refiero a todos y cada uno de sus componentes: sectores productivos (de los grandes empresarios al más humilde campesino), académicos (desde las vacas sagradas hasta el más humilde profesor), sociales (desde los grupos indígenas hasta las amas de casa) y desde luego políticos (desde las comisarías municipales hasta los grandes centros de poder). Los mexicanos seguimos viviendo y anhelando el regreso del Ogro Filantrópico que dijera Octavio Paz, ese Estado omnímodo, omnívoro y omnipresente que todo controla, todo decide, todo ve y al que desde luego, se le puede culpar de absolutamente todo.
México vive una suerte de Síndrome de Estocolmo colectivo. En 1973 en la normalmente apacible y tranquila capital sueca, un grupo de delincuentes intentó sin éxito asaltar el Kreditbanken. El golpe fue toda una tragedia así que los asaltantes decidieron retener a todos los clientes y personal del banco en lo que se convirtió en un sitio que se prolongó por 6 días al cabo de los cuales los asaltantes negociaron su rendición. Cuando las cámaras de televisión transmitían en vivo el fin del episodio y la liberación de los rehenes, el publico quedó sorprendido al ver que una de las victimas besaba a los captores a manera de despedida. Posteriormente varios de los secuestrados defendieron a los pillos y se negaron a declarar en contra de estos durante el proceso judicial.
A partir de este episodio, se llama Síndrome de Estocolmo a la condición médica donde la víctima de algún suceso violento (secuestro, abuso infantil, incesto, prisión de guerra, reclusión en campos de concentración, entre otros) desarrolla un extraño e incomprensible vínculo con el victimario. Una de las causas es que los delincuentes se muestran como benefactores ante las víctimas y estas desarrollan una relación emocional de agradecimiento con los delincuentes.
Esta figura, acaso exagerada, es una analogía certera de lo que parece ocurrir en el país ante lo que algunos anuncian como el retorno inminente del PRI a Los Pinos en 2012. Durante décadas los mexicanos ubicamos al PRI-gobierno como la fuente de todas y cada una de las tragedias de la nación mientras que paralelamente el régimen se anotaba como propios todos los avances del país. Así la mayor parte de la población creía que en el momento en que el PRI saliera del poder las cosas cambiarían como por arte de magia. Muerto el perro se acabaría la rabia.
Sin embargo el perro ni se murió y la rabia nunca se fue. Los mexicanos sufrimos una tremenda decepción al despertar: el dinosaurio pastaba feliz en sus colonias provinciales y todos los problemas seguían ahí. Por eso dicen el tamaño de la expectativa es proporcional al tamaño de la decepción. Lo mismo ocurrió en muchas de las entidades que comenzaron a ser gobernadas por partidos distintos al PRI.
Los operadores más conspicuos del régimen pronto advirtieron la enorme oportunidad que se les ofrecía ante sus moribundos ojos. De ahora en adelante tendrían todo el poder real (el control de las cámaras, sindicatos, las entidades federativas mas grandes de la república y la mayoría de los congresos locales y ayuntamientos) y ninguna responsabilidad. Es más, a partir de salir de Los Pinos, pasarían a ser “oposición” y comenzarían a denunciar todas las carencias e injusticias del régimen. Algo así como si Hitler regresara un día, investido de oposición, al temible campo de concentración de Auschwitz e indignado y lloroso, denunciara las atrocidades del régimen nazista. La figura es desde luego exagerada pero ayuda a ilustrar lo que vivimos en México.
El Foxismo a nivel nacional y muchos otros fenómenos a nivel estatal, cometieron la torpeza de intentar negociar con el régimen que se iba cuando lo que tenía que ocurrir era su aniquilación total transformando por completo a las instituciones de la República. Lo mismo le ocurrió al ingenuo de Francisco Madero que pensaba que podía transformar a México únicamente cambiando la cabeza y manteniendo todo el aparato porfirista. John F, Kennedy decía con razón que todo aquel que tontamente busca el poder montando el lomo de un tigre, acabará irremediablemente dentro de éste.
Hoy los delincuentes se presentan con piel de corderos. Incluso han mimetizado sus colores y se esconden vestidos de verde. Han cambiado el discurso del nacionalismo y el juarismo por un pacto con la iglesia católica. Se llenan la boca al blasfemar y hablar de dios siempre que esto le traiga votos. Apuestan al olvido colectivo y al Síndrome de Estocolmo. Piensan tontamente que el pueblo es tonto y ya no se acuerda que son ellos los secuestradores de la patria y que la mayor parte de los problemas que sufrimos fueron provocados por sus sucesivos gobiernos corruptos, criminales, asesinos, entreguistas e irresponsables.
Pero el mayor daño a la patria fue erosionar a la sociedad y convertirla en un rehén miedoso y traumatizado que espera el retorno de su victimario para besarlo, absolverlo y rogarle que lo siga oprimiendo. Una de las tareas de las fuerzas democráticas (de izquierda y de derecha) tiene que ser evitar el olvido y develar los nombres y las tropelías de los malhechores que hoy pretenden regresar a reclamar lo que creen de su propiedad.
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