lunes, 7 de septiembre de 2009

Parlamentar por televisión

El miércoles pasado, Felipe Calderón presentó un decálogo de buenas intenciones para que México cambie a fondo. El anuncio se llevó a cabo en un entorno controlado. Nadie pone en duda que el presidente tenga todo el derecho de hacer anuncios dónde y cuándo se le pegue la gana. Lo que no me queda claro es que un evento en Palacio Nacional, rodeado únicamente de personas invitadas y en consecuencia que quieren acudir al acto y que no van a cuestionar nada, sustituya al debate parlamentario que es necesario que ocurra.

Si bien es cierto que la Constitución solamente obliga a “mandar” un informe por escrito, pienso que el principal beneficiado de un debate en el congreso sería precisamente el titular del ejecutivo. En este nuevo esquema inventado a partir de la imposibilidad de acudir al congreso todos los actores pierden. Pierde el Congreso, porque al obstaculizar la entrada del Presidente, también obstaculiza la rendición de un informe claro y aleja los reflectores y la atención de los medios a los que no les interesa una sesión de instalación del Congreso General si no acude el Presidente. Pierde el Presidente, porque en vez de legitimarse ante el otro poder, decide encerrarse en su casa con sus amigos e invitados y despacharse con hora y media de discurso de campaña a la mitad de su mandato. Pero el que más pierde como suele ocurrir en estos debates estériles es el pueblo de México al que se le impide la posibilidad de un debate de altura y civilizado entre los poderes.

En las democracias avanzadas, particularmente las parlamentarias, el debate entre los representantes populares y el jefe de gobierno es cosa de todos los días: las Sesiones de Control de la Cámara de Diputados española o las Preguntas al Primer Ministro en Reino Unido donde cada miércoles el premier debe responder directamente y durante media hora a los cuestionamientos de los parlamentarios. Estas prácticas lejos de debilitar al gobernante, lo fortalecen y sirven como una válvula de escape de la presión política. Se dice que en México y en el resto de los sistemas presidenciales, el problema reside en que el Jefe de Gobierno es a la vez Jefe de Estado y que por lo tanto el jefe de estado no puede debatir con quienes no son sus iguales. Por eso es importante avanzar hacia la figura del Jefe de Gabinete o Jefe de Gobierno para lo cual serían necesarias Reformas Constitucionales profundas. En muchos países (Alemania, Israel, Italia, Japón) el Jefe de Estado es una figura más bien decorativa que simboliza la unión del Estado y en su caso de la Federación pero que no posee mayores facultades ejecutivas.

En México, República Presidencial a imagen y semejanza de los Estados Unidos de America, la figura presidencial es parecida a la de un Tlatoani intocable al que no se puede mirar a los ojos ni se le puede cuestionar. En México el Presidente de la República es el Señor Presidente. A caballo entre los legados precolombinos y españoles, los mexicanos aceptamos de buena gana que un ser extraordinario, casi extraterrestre, intocable e infalible, dicte el curso de la nación a su libre arbitrio. Como eso ocurre en la superficie de la pirámide del poder, el esquema se repite en las Entidades Federativas y aún en los Ayuntamientos. Solemos confundir respeto con solemnidad, orden con inmovilidad y paz social con pax porfiriana.

El domingo anterior y como parte de una estrategia para acercarse a la gente, Felipe Calderón inauguró una nueva etapa del régimen telecrático: los talk shows presidenciales al estilo Cristina o Nino Canún. En un foro circular con el presidente al centro, “ciudadanos” mexicanos “cuestionaron” al presidente sobre los más diversos temas. El ejercicio aunque innovador y plausible, no deja de parecer controlado y carente de autenticidad.

En resumen, como el Presidente no quiere, no puede o no le dejan entrar y debatir con los representantes populares legítimamente elegidos en las urnas, ha decidido “romper” el cerco inventándose un mitin en el patio central de palacio, rondas de entrevistas con los periodistas consentidos del régimen y una especie de Talk Show además de las toneladas de spots y llamadas a través de Call Centers.

El acercarse a la sociedad a través de los medios no es negativo sino más bien un símbolo de los nuevos tiempos. Sin embargo, hacerlo edulcoradamente, descafeinadamente, con miedo y con recelo, provoca a la larga el efecto contrario al deseado. Llevar el mensaje a los ciudadanos directamente es bueno, pero no sustituye de ninguna manera al debate entre poderes. Lo Cortés no quita lo valiente. Convertirse en Adal Ramones no lo convierte a uno en Winston Churchill. Si el Presidente quería acercarse a los demócratas modernos lo que consiguió fue acercarse a Chávez y su Aló Presidente.

No hay comentarios: