La naturaleza tiene memoria. De vez en vez vuelve por lo suyo y nos hace recordar de manera contundente cuan pequeños e insignificantes somos los seres humanos ante su infinito poder. Las cada vez mas recurrentes inundaciones y desbordes de ríos y presas seguidos de largos periodos de estiaje, lo único que nos confirman es que el clima ha cambiado y que debemos ajustarnos a esa realidad.
La naturaleza tiene memoria y los ríos tienen huellas sobre las que regresan una y otra vez inexorablemente.
Los sucesos recientes en Michoacán y la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, deben hacernos recordar que si seguimos asentándonos sobre los lechos y cauces de ríos y lagunas; si seguimos deteriorando los manglares y esteros; si continuamos deforestando las zonas de transición y azolvando presas y lagunas; seguiremos padeciendo los embates de la madre tierra y no tendremos derecho ni a quejarnos.
Desgraciadamente todas las tragedias “naturales” se originan por negligencias humanas. Porque no es anormal o extraordinario que haya sismos, tormentas, huracanes, corrimientos, hundimientos e inundaciones. Debemos de recordar que la tierra se encuentra en un proceso constante e inacabado de transformación. Olvidamos con facilidad que lo que hoy son grandes desiertos como el del Gobi o el Sahara, alguna vez hace millones de años fueron selvas tropicales. Lo que si es extraordinario es que el ser humano en su ridículo afán por dominar a la naturaleza se empeñe en jalarle los bigotes al tigre asentándose cerca o sobre los ríos, construyendo sobre los manglares, y haciendo ciudades altamente pobladas en pequeñas islas.
La corrupción es otro de los factores importantes en las tragedias “naturales”. Hoy ha quedado claro que construir en Haití –como en la Ciudad de México hasta antes de 1985– era cosa de llenar unos cuantos documentos y untar la mano adecuada. No existen estudios de mecánica de suelos ni de sismicidad y mucho menos estructurales. En Tuxpán, Michoacán un puente construido hace menos de diez años se colapsó a causa del agua –y de la corrupción–, mientras que sobre el mismo río, otro puente pero de piedra, el Pueblita, levantado hace más de cien años –con menos tecnología pero sin corrupción– resistió estoicamente el embate de las aguas bravas.
En el Estado de México y el Distrito Federal, las inundaciones causadas por los rebases de los ríos de desagüe inundan recurrentemente colonias populares asentadas al margen de los canales. Los Aztecas jamás intentaron ponerle trancas al agua, al contrario, aprendieron a convivir con ella. Cuando los Españoles conquistaron la gran Tenochtitlán se sintieron extraños entre el sistema de chinampas y canales y emprendieron innumerables esfuerzos por desecar el lago. No debiera de extrañarnos que ante un caudal de lluvias como el recibido por el país en días pasados, lo que alguna vez fuera un sistema hermoso de lagos, vuelva por sus fueros.
En Acapulco, los desarrolladores de vivienda construyen impunemente muchas veces con la complicad de las autoridades municipales –hay que recordar que el artículo 115 de la Constitución otorga la facultad exclusiva a los ayuntamientos para otorgar licencias y permisos para construcción– sobre lechos de ríos y sobre los manglares. Grandes centros comerciales se asientan sobre los esteros y los dueños bombean impunemente el agua hacia la calle para no inundarse ellos aunque se inunden los vecinos.
México necesita gobiernos que tengan una clara y decidida política ambiental, de desarrollo urbano y de protección civil. Una política que prevea los riesgos y se anticipe a ellos. Que prevenga y actúe antes y no una vez ahogado –literalmente– el niño. México necesita gobiernos fuertes y legítimos que cumplan y hagan cumplir la ley a pie juntillas. Cero Tolerancia a los asentamientos irregulares. Cero Tolerancia a licencias de construcción con olor a dinero y a clientelas corporativas. Cero Tolerancia a las mafias que infestan registros públicos de la propiedad, notarías y catastros. Cero Tolerancia a la rapiña política de distintos colores y signos.
Basta ya de lucrar con el dolor ajeno. ¿Por qué los gobernadores de Michoacán y el Estado de México no acudieron antes de que ocurriera lo que ya sabían que iba a pasar? ¿Acaso no cuentan con reportes meteorológicos oportunos? ¿Por qué siempre esperamos hasta que Televisa transmita las imágenes para “actuar”? ¿Por qué el Presidente Calderón permite que el Estado Mayor Presidencial ocupe las ciudades por donde pasará el jefe y lejos de ayudar entorpezca la labor del Ejercito y otras instancias?
Y una vez más el juego de la pelotita: que si Luege dice que la Conagua les avisó a tiempo; que Marcelo dice que nones que a él nadie le dijo nada; que Peña Nieto dice “a mi ni me vean que yo estaba con la Gaviota” y Calderón le echa la culpa de todo a los gobiernos anteriores. De los Presidentes Municipales y Jefes Delegacionales mejor ni hablamos porque simplemente desaparecieron del mapa. Se los tragó el agua. Los Congreso “exhortan” y aprueban “puntos de acuerdo” como si la gente fuera a recuperar su patrimonio, sus cosechas, su trabajo y su esperanza con Exhortos, Puntos de Acuerdo y Reuniones de Evaluación.
Lo único extraordinario de las tragedias “naturales” es que los gobiernos de los tres niveles cumplan el juramento que hicieron, esto es, “cumplir y hacer cumplir las leyes”. Y los que no puedan, simplemente que se vayan.
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