jueves, 12 de febrero de 2009

El Argentino

“Déjenme decirles, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad.” Ernesto “Ché” Guevara

La película de Steven Soderbergh (Sexo, Mentiras y Video, Erin Brokovich, Tráfico), Ché, Parte Primera: El Argentino, logra la hazaña de ser una entretenida película biografía (biopic le dicen los gringos) y caminar en el filo sin caer en el abismo de convertirse ya sea en un panfleto político o en la caricatura del personaje histórico.

Ernesto Guevara (Benicio del Toro, Santurce, Puerto Rico, 1967) es un combatiente tenaz, solidario y temerario al límite de la locura. Es precisamente la locura, el ingrediente constante en el génesis y desarrollo de una revolución cocinada en la cabeza de un abogado veinteañero que sólo está seguro de una cosa: si logra embarcarse desde México, llegará a Cuba; si logra llegar a Cuba, llegará a la Sierra Maestra y si logra llegar a la Sierra Maestra la Revolución triunfará.

Difícil tarea hacer la biografía de un personaje admirado, pero igualmente difícil es la tarea para un espectador educado con las historias de los Barbudos y la Revolución Cubana como si se tratase del evangelio laico de los Comunistas Mexicanos. Para uno, es conmovedor ver en la pantalla grande diversos episodios tantas veces narrados en lecturas y conversaciones familiares. De momento da la impresión de estar viendo la película de la historia familiar. Y en ello tiene mucho que ver los escenarios naturales de la película que recuerdan de manera relevante a la Sierra de Guerrero.

Por esto eso no se puede ni se quiere ser objetivo ante la película que retrata la historia de un hombre que para muchos fue durante nuestro desarrollo un padre, un tío o un amigo. Con toda proporción guardada, debe de ser similar a lo que sienten los cristianos al ver una película sobre Jesús.

Sin embargo, El Argentino es una película entretenida tanto si se profesa como si no, esa religión caída en desuso llamada guevarismo. La cinta es de una factura impecable. La edición y el audio sobresalientes y las escenas de acción (no hay que olvidar que hablamos de un guerrillero en medio de la guerra) son de muy alta calidad.

Destacan notablemente las actuaciones de Del Toro, que logra transmutarse en el Ché y cuya notable interpretación, despreciada acaso por razones políticas por la Academia del Oscar, fue reconocida en cambio con el Globo a la Mejor Actuación en el Festival de Cannes 2008. Mención especial merecen Demián Bichir (Ciudad de México, 1963) que consigue regalarnos a un joven Fidel Castro y que a ratos se come la pantalla, y Santiago Cabrera (Caracas, Venezuela, 1978) que da vida al guajiro Camilo Cienfuegos, verdadera figura carismática de la revolución y que años después moriría rodeado del misterio de un posible complot para eliminar a todo aquél que le hiciese sombra al Comandante en Jefe.

Con Batista fugado ya y camino de La Habana, Guevara nos recuerda que tiene “ya” treinta años. El Argentino nos hace reflexionar que detrás de los mitos existen los hombres y las mujeres de carne y hueso y que es difícil que una persona de mala fe, sea un político de buena.

Una escena nos puede resumir a Guevara, el hombre y el mito. Estando en Nueva York, con motivo de su histórica intervención ante la Asamblea General de Naciones unidas en 1964, rodeado de toda la pompa y la circunstancia de la sede diplomática cubana, El Comandante Guevara, el servidor público, prefiere refugiarse en la cocina y conversar con la empleada a la que trata afectuosa y familiarmente. Al terminar la conversación, Ché, el mito, se pone de pie, recoge su taza y la lava en el fregadero como la cosa más normal del mundo.

Hoy parece ingenuo y pueril cuando la mayor parte de los políticos prefiere parecer antes que ser. Hoy los funcionarios viven vidas ajenas al común de la gente y necesitan de la pompa y del boato para ser. Hoy conviene recordar la figura de un hombre que nunca de ser Ernesto antes de convertirse en el Ché, que siempre estuvo del lado de la gente que lo hizo ser y que prefirió morir luchando que vivir como Comandante rodeado de la burbuja que supone el poder que cuando es absoluto, corrompe absolutamente todo.

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