domingo, 23 de noviembre de 2008

Elecciones EUA-08 (1)

Chicago.- Los más de doscientos mil asistentes que literalmente atascamos el parque Grant la noche del martes, gritamos a una voz cuando en las pantallas gigantes se anunció que Barack Obama sería el próximo presidente de los Estados Unidos de América.
El día anterior, me acerqué al cuartel general de la campaña en Illinois, para husmear un poco y ver si alguien se apiadaba de nosotros y nos conseguía una entrada para el evento soñado. Mi acompañante decía conocer a alguna funcionaria de la campaña así que decidimos asomarnos. Las oficinas de campaña, están situadas en los sótanos de un edificio de oficina, donde nada más entrar, nos encontramos con otros chismosos italianos a los que les estaban entregando una especie de recibo a manera de promesa por si se emitían más entradas para el evento. Y fueron precisamente los boletos, lo que nos llamó la atención al conocer de cerca esta campaña, de acuerdo con Obama “la mejor campaña en la historia de los estados Unidos”.
Porque uno está acostumbrado a nuestros mítines donde el entusiasmo es inversamente proporcional a la organización. En esta campaña, a la vez participativa pero sumamente jerárquica, las ordenes las da uno solo y los demás ejecutan. Las campañas políticas son como guerras –de ahí lo de campañas– donde no puede haber espacio para el debate operacional. ¿Alguien puede imaginarse al capitán de determinado ejército, ordenando la toma de alguna posición y no solo no ser obedecido sino ser cuestionado cuando no, sencillamente ignorado o, peor aún, contrariado? Pues lo mismo deben ser las campañas: compañías organizadas de personas que jalan para el mismo lado. Parecen instrucciones de preescolar, pero no lo son.
Después de convencer amablemente –y ofrecer hospedaje en Acapulco– a nuestra nueva mejor amiga, recibimos los ansiados boletos. La compañera nos pidió que fuéramos a Indiana a ayudar en el último día de la campaña porque la pelea estaba cerrada y en algo podíamos ayudar. Decidimos aceptar la misión y desplazarnos una hora hacia la ciudad de East Chicago, Indiana, y dirigirnos a la dirección indicada. Llegamos al Local 1010 de los United Steelworkers of America, un sindicato en otros tiempos poderosísimo, perteneciente a la AFL-CIO, la mayor central obrera de los Estados Unidos. En el sindicato recibimos instrucciones precisas, propaganda y mapas hechos con Mapquest con las calles y las casas que habríamos de visitar debidamente señaladas. Con los materiales en la mano, recorrimos las calles encomendadas, colgando llamados a votar en las cerraduras de las puertas y dejando panfletos a un lado de las puertas (la ley prohíbe dejar propaganda electoral en el buzón).
La ciudad de East Chicago, ocupada por negros y latinos, fue alguna vez la sede de las grandes fundidoras que hoy dejaron los Estados Unidos para alojarse en nuestros países emergentes donde existen obreros menos calificados y más necesitados, menos organizados y mas hambrientos, o como dicen los expertos, lugares mas “competitivos”.
Al volver de nuestra jornada de proselitismo internacionalista, nos dimos cuenta de que no éramos los únicos. En la oficina conocimos a Hedy de Amsterdam, a Scott de Inglaterra y a Luke de Australia que habían venido a Chicago exactamente a lo mismo y al igual que nosotros, habían sido remitidos desde el cuartel general de Chicago. Los miembros de la campaña nos agradecieron el esfuerzo y nos tomaron fotos. El evento subió de tono cuando a la reunión se sumo el actor Sean Astin, famoso por encarnar a Sam, uno de los Hobbits en la famosa saga de El Señor de los Anillos. Sean, dijo que había amanecido en Los Ángeles y había decidido que tenía que venir a Chicago a atestiguar la historia. Se acercó a los cuarteles, quizás esperando que le dieran trato de VIP y se encontró con que lo mandaron a volantear igual que nosotros. El razonamiento quizás sea que se necesita todo el apoyo posible en una campaña, pero apoyo verdadero, en la calle, en el convencimiento de los electores y en la movilización electoral y no únicamente en las palabras.
Los hoteles de Chicago, estuvieron repletos desde que se conoció la noticia de que Obama celebraría aquí una posible victoria. A partir de ahí todo fue especulación en los medios locales. Nadie sabía en realidad qué pasaría ni cómo sería el evento. Lo único que se informaba era que no habrían de permitir el acceso de bolsas, sillas, bebidas embriagantes ni pancartas.
A partir del medio día, los alrededores del parque Grant, fuero cuidadosamente cercados por equipos de seguridad de la más alta tecnología. Decidimos acercarnos hacia las 6 de la tarde, a pesar de que la información era que las puertas abrirían hasta las 8:30.
Ríos humanos se acercaban al parque ataviados con toda clase de parafernalia. La mayor parte de los asistentes eran jóvenes blancos armados con Blackberrys, Iphones, camaras y audífonos. En el acceso del parque, un primer filtro pedía mostrar el boleto. A 100 metros un segundo filtro, nos fue acomodando con vallas a manera de reses a punto de ser sacrificadas. A partir de ese punto, el acceso al parque fue en tandas, divididas por cercas para evitar aglomeraciones en un solo sitio. Finalmente, pasamos por un detector de metales y una revisión similar a la de los aeropuertos. Al llegar al enorme parque, corrimos para intentar estar lo más cerca posible del escenario, cuyos alrededores estaban ya cercados y reservados para los VIP´s.
Y ahí parados, haciendo amistad con los vecinos de odisea, esperamos entretenidos viendo CNN. Los asistentes a la Gran Fiesta, sólo estábamos comunicados a través de CNN. Durante los cortes comerciales, la música oficial de la campaña animó a los participantes. Cuando Wolf Blitzer anunció la proyección electoral, la gente explotó de jubilo. La gente se abrazaba sin conocer la identidad del compañero como un año nuevo adelantado.
Cuando John Mcain salió a aceptar su derrota, el público aplaudió efusivamente al septuagenario senador que a decir verdad hizo una campaña a la altura y le pudo plantar cara al fenómeno Obama. Aunque a simple vista los resultados hablan de una paliza, si se analiza el voto popular, el resultado es menos holgado de lo que parece.
De pronto el sonido local anuncia a un reverendo que comienza a hacer una oración por el nuevo presidente a la que se suma con devoción la mayoría, recordándonos el origen religioso de este país. Después del reverendo, otro orador conduce el Juramento de Lealtad que todos siguen disciplinada y respetuosamente: “Juro lealtad a la bandera de los Estados Unidos de América y a la República que representa, una nación al amparo de Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos.”
A las 22:55 aparece Obama armando la escandalera. Comienza su intervención con “Hello Chicago…” y comienza a hipnotizar a la audiencia que lo escucha en profundo silencio únicamente roto a la hora de los aplausos. Y hay pocas cosas más impresionantes como 200,000 personas atentas y en silencio. Al finalizar el discurso hay gente que llora emocionada. Nadie parece creerlo pero es una realidad, un afro americano se convertirá en el presidente 44 de los Estados Unidos.

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