lunes, 15 de diciembre de 2008

Autoridad y Autoritarismo

Después de vivir durante más de 70 años bajo un régimen donde predominó el autoritarismo, que no la autoridad, solemos confundir –muchas veces a conveniencia–, éstos términos fundamentales.
El autoritarismo es aquel régimen donde el poder se ejerce de manera absoluta, total, discrecional e ilimitada. En cambio, un régimen que ejerce la autoridad, entendida ésta como el ejercicio de las facultades que otorga la ley, es fundamental para el funcionamiento adecuado de los sistemas democráticos.
¿Cuál es entonces la diferencia entre uno y otro? Para los mexicanos quizás sea una pregunta aparentemente difícil ya que las fronteras entre ellos parecieran diluirse. Pero en realidad es muy sencillo de discernir: en México existía y existe un régimen autoritario donde no se respeta el principio de autoridad.
Por ejemplo, en México usted puede ser detenido arbitrariamente y violentamente bajo cargos fabricados por “madrinas”, policías políticos, orejas y otros especímenes que se resisten a desaparecer –y esto es igual bajo el partido político que usted quiera–. Esto es autoritarismo. De la misma forma, usted puede instalarse con sus compañeros de lucha –sin cuestionar si las lucha es justa o no– en plantón en cualquier arteria de cualquier ciudad del país y ninguna autoridad lo removerá a pesar del dañe que cause a terceros. Esto es falta de autoridad.
Un gobierno que no da cuentas a nadie, que no pide autorización al congreso para enfrascarse en una lucha sin estrategia contra la delincuencia organizada, que saca al ejercito a las calles sin una idea clara de cuándo regresarlo a los cuarteles, es un gobierno autoritario. Que cualquier delincuente lance granadas en una plaza repleta de ciudadanos inocentes es el reflejo de un gobierno que no impone su autoridad.
Cuando en un sistema todos sus integrantes –gobernantes y gobernados– están convencidos de que cada quien puede hacer su voluntad, estamos hablando de un estado fallido, de un sistema al borde de la quiebra. Cuando en un país los valores fundamentales como la vida y el derecho ajeno se violentan todos los días en todos los sectores a todas las clases sociales, estamos hablando de los prolegómenos de una crisis mayor, del cuestionamiento de la propia existencia del Estado. Cuando en un país la vida no vale nada lo mismo si se es sicario del narco, polícia –bueno o corrupto–, ciudadano de a pie o Secretario de Gobernación, estamos hablando de que ha llegado el momento de pensar en hacer un alto en el camino e imaginar esquemas de altura para enfrentar la crisis como pueden ser el Gobierno de Unidad Nacional o el Gobierno de Concertación. Bajo dichos modelos, el Presidente llama a las fuerzas políticas del país y conforma un gabinete donde todos participan.
La crisis de gobernabilidad por la que atraviesa el país, debe ser enfrentada por todos los sectores, todos los actores y todos los partidos. Si el Gobierno Federal y su partido, insisten en librar aislados una guerra que no es contra ellos sino contra todo el Estado, los resultados seguirán siendo funestos y el responsable será un sólo individuo. Algo similar ocurrió cuando Bush se obstinó en hacer una guerra al margen de Naciones Unidas con los resultados conocidos.
La autoridad es el remedio contra el autoritarismo, pero esta únicamente emana de la legitimidad –de origen o adquirida– que otorga el ejercicio democrático del poder. Lo contrario es la negación de la República misma. El dilema es convertirse en hombres de estado o en dictadorzuelos de terruños bananeros y fallidos.

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