lunes, 14 de febrero de 2011

Hidra

El viernes pasado Acapulco se cimbró con la macabra noticia de que un pequeño de apenas siete años había sido levantado, asesinado, embolsado y tirado con un narcomensaje cerca de su domicilio en la populosa Infonavit Alta Progreso.
A decir de los vecinos, el pequeño Rodrigo había salido de su casa porque sus padres lo habían mandado a comprar las tortillas. Casi veinticuatro horas después, el cadáver de Rodrigo fue tendido por las bestias criminales.
Las circunstancias y particularidades del terrible hecho, son asunto de las autoridades competentes. No me interesa especular acerca de posibles razones de lo irracional. No hay circunstancia alguna que justifique la muerte, vejación y martirio de un pequeño inocente. Nada justifica ni puede atenuar la barbarie.
Desafortunadamente, noticias como ésta son cada día mas frecuentes. A lo largo y ancho del país, mexicanos inocentes, “daños colaterales” como les llaman en el lenguaje bélico, caen victimas del fuego cruzado de una guerra que nadie pidió y nadie quiere. Peor aun, una guerra donde no se avanza ni se retrocede. Es la guerra contra la Hidra de Lerna que en cuanto pierde una cabeza dos nuevas brotan en su lugar.
Los mexicanos debemos preguntarnos hasta dónde estamos dispuestos a llegar en una guerra alocada y sin estrategia que mas bien recuerda a un perro persiguiéndose la cola. Y no se trata como dicen los corifeos del Presidente, de renunciar o claudicar, se trata de actuar con inteligencia para erradicar a un mal que son muchos males a la vez.
El problema del trafico de sustancias prohibidas tiene que dividirse en dos subtemas: uno es el tema de la salud pública y otro es el tema de la corrupción y la violencia derivadas del poder económico que genera el negocio.
El problema de salud pública debe, a su vez, ser atendido en dos vertientes: la primera es la prevención a través de la educación, la información y los valores familiares y la segunda es la rehabilitación de los adictos a las sustancias.
Para resolver el tema de la violencia y la corrupción política y social producto del enorme valor del negocio de las drogas es necesario que entremos, como nación, a la discusión abierta y sin atavismos sobre la pertinencia de la despenalización de las drogas.
No se trata de claudicar o de no hacer nada como maniqueamente dice el Presidente Calderón. Se trata de que redoblemos la lucha pero lo hagamos con inteligencia, con estrategia y con un plan claro. Se trata de que dejemos de disparar con escopeta y comencemos a hacer tiros de precisión. La guerra contra el narco debe de dejar de ser la guerra de Felipe y debe ser la lucha de todos los mexicanos contra un cáncer que nos carcome día con día. Que sea una batalla del conjunto del Estado mexicano y no sólo de una facción política que la comenzó con el único fin de ganar en las calles la legitimidad que no pudieron ganar en las urnas.
En vez de que el ejercito esté repartido por todo lo ancho de la larga, abigarrada y complicada geografía nacional, podríamos establecer un sello aéreo y marítimo para impedir el trasiego de sustancias provenientes del Sur. Una especie de No Fly Zone similar a la que existió en Irak entre 1992 y el 2003, donde se restringen por completo los vuelos y la navegación de vehículos en determinadas aéreas so pena de ser destruidos sin que medie explicación alguna. Esto puede ser implementado en el Caribe, en una franja del Pacífico y en el golfo de Tehuantepec por ejemplo.
El fuego nos ha llegado a los aparejos y continuar con una guerra a ciegas es seguir dando palos de ciego o lo que es peor, es como apagar un incendio químico con agua: el resultado es exactamente el contrario del que se quiere lograr.
Desafortunadamente el caso del pequeño Rodrigo sólo será el primero de muchas casualties of war, como le llaman los estadounidenses de manera eufemística a las muertes de civiles. Todos los días vemos como en el “México Rojo” crecen dramáticamente los casos de muertos por el único delito de estar en el momento equivocado en el lugar equivocado.
¿Hasta cuando permitiremos que el país se nos desmorone entre las manos? ¿Cuántos Rodrigos son necesarios para que entendamos que algo no anda bien? ¿Hasta qué punto el gobierno federal reconocerá que es necesario modificar la estrategia?
Un gobernante que no escucha y se convierte en un rehén de su propio palacio, está condenado al fracaso. Un gobernante que piensa que todas las criticas son inducidas ha perdido la sensibilidad. Un gobernante que ha dejado de entender que su único jefe es el pueblo ha dejado de ser útil para sus gobernados.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo que estamos viviendo es una locura. Llevamos ya años haciendo lo mismo y esperando resultados diferentes. Es necesario cambiar de una vez por todas la forma de abordar el problema de las drogas. Tus propuestas para entrarle al debate son clave. Ojalá que nuestros políticos dejen de lado la hipocresía ramplona con la que plagan sus discursos y se atrevan a intentar otras formas de resolver este polémico tema. Como siempre, grandes ideas.

Anónimo dijo...

Chingón...